Página 68 del número 238, de marzo de 2016
68-70opi eco.qxp_maqueta consis 22/02/16 12:00 Página 1 68 opinión Enseñar a emprender AUGUSTO COBO PÉREZ Economista E n los últimos años hemos asistido al crecimiento exponencial de iniciativas vinculadas, directa o indirectamente, con el emprendimiento: subvenciones, concursos, programas de formación, másteres, creación de espacios coworking, servicios de orientación, incluso programas de televisión dedicados al tema. Si el término emprendedor parecía imprescindible en cualquier convocatoria, la combinación joven emprendedor se convertía en el paradigma del éxito y tanto las administraciones públicas como las grandes corporaciones se convirtieron en patrocinadores e impulsores de programas de apoyo a los jóvenes emprendedores. Y en ese ámbito rápidamente las miradas se dirigieron a las universidades, en el mejor de los casos, para demandarle de forma apremiante que se formaran emprendedores, y en el peor, para culpabilizarla de la falta de emprendedores en España. Sin embargo, algunos autores han comenzado a avisar de una nueva burbuja en la economía española, que tan vez no tenga las nefastas consecuencias provocadas por el estallido de la burbuja inmobiliaria, pero que debe ayudarnos a replantear en sus justos términos y con una visión menos idealizada la realidad de los procesos de creación de empresas: la burbuja del emprendimiento. Este artículo no pretende dar una visión negativa del fenómeno, pero sí tratar de señalar algunos de los errores que han favorecido esa burbuja, en especial en el ámbito de la formación, con el objetivo de que seamos conscientes de que no podemos formar emprendedores únicamente en los niveles finales de la formación, sino que éste debe ser un proceso a largo plazo, iniciado en la educación primaria, con continuidad en el resto de niveles de nuestro sistema educativo. Además, la formación de los futuros emprendedores ha de ser una formación basada en valores y no en herramientas. Qué entendemos por emprendedor Para delimitar correctamente el problema, la primera cuestión que debemos plantear es qué entendemos por emprendedor. El término se ha utilizado para referirnos a la persona que creaba una empresa, a pesar de que existían en nuestro idioma palabras que ya reflejaban esa realidad como empresario, autónomo o autoempleado. Sin embargo, para algunos estos términos tenían connotaciones negativas, mientras que al utilizar la expresión emprendedor parecían resaltarse únicamente las características positivas del término, de tal forma que, a pesar de reflejar la misma realidad, muchos se consideraban emprendedores, y preferían ese término al de empresarios. Aunque los utilizamos como sinónimos, ¿es realmente lo mismo un emprendedor que un empresario? Si acudimos al diccionario de la RAE, emprendedor es el adjetivo que utilizamos para definir a aquella persona que tiene decisión e iniciativa para realizar acciones que son difíNº 238 MAR?16 ciles o entrañan algún riesgo. Dado que no podemos negar que crear una empresa puede ser considerado como una acción difícil que entraña numerosos riesgos, todo empresario puede ser considerado un emprendedor, pero no todos los emprendedores están obligados a ser empresarios. Partiendo de esa idea, derivada del uso correcto del término, surge la figura del emprendedor interno, que es aquella persona capaz de tener nuevas ideas y llevarlas a la práctica en la organización o empresa en la que trabaja, enfrentando y superando la resistencia al cambio propia de determinadas organizaciones, y liderando al equipo de personas que está bajo su mando. La única diferencia entre el emprendedor interno y el emprendedor externo es que en el primer caso los medios económicos para implantar el proyecto los asume la organización o empresa, mientras que en el segundo caso es el propio emprendedor quien asume el riesgo económico del proyecto. Espíritu emprendedor Incluso en ámbitos en apariencia tan opuestos al emprendimiento como las administraciones públicas, podemos encontrarnos con emprendedores internos que luchan por desarrollar nuevas ideas y proyectos, contagiando con su entusiasmo a los miembros de su equipo, generando valor y riqueza. Y en algunas ocasiones asumiendo más riesgos que algunos emprendedores externos, que subidos a la ola de las subvenciones y premios al emprendimiento, se han convertido en profesionales de la captación de fondos, y han creado sus empresas (o un autoempleo) sin aportar capital propio y sin asumir ningún riesgo económico. Volviendo al título de este artículo, podemos preguntarnos qué papel juega la formación en general, y la universitaria en particular, en el fomento del espíritu emprendedor entre nuestros jóvenes. En primer lugar, la formación para el emprendimiento no puede estar basada ni
