Página 125 del número 199, de diciembre de 2012
124-125 opi eco dic 22/11/12 11:24 Página 2 opinión 125 de dinero para construir y comprar esas viviendas pidiendo dinero en el sistema interbancario, hasta que la deuda de dichos bancos y cajas en comparación con el valor real de sus activos hubiera supuesto la quiebra de cualquier otro negocio. Eso sí, cuando las cosas se pusieron feas, muchos de esos dirigentes bancarios dimitieron o se jubilaron con espléndidas indemnizaciones y pensiones, premio sin duda adecuado a la gran gestión realizada. Falta de valores Asimismo, la falta total de valores y de responsabilidad, empezando por nuestros dirigentes, que solamente pensaban en las próximas elecciones, siguiendo por una parte de la clase empresarial que se acostumbró a vivir de las subvenciones que caían para todos de los contratos y proyectos públicos, dejando de lado el camino más complicado basado en la innovación y el aumento de la productividad, y terminando por la inacción de la mayor parte de los ciudadanos, que estábamos encantados que hubiera dinero para todos los derechos y proyectos imaginables, sin preguntarnos si esos denominados derechos de nuevo cuño eran sostenibles en el tiempo. Podemos hablar también de nuestras asociaciones empresariales y sindicales, más preocupadas de poner la mano para que les llegasen las enormes partidas destinadas a su uso y disfrute, y mucho menos inclinadas a trabajar conjuntamente por un sistema productivo moderno y flexible que incentivase la creación de riqueza y de empleo, y no el reparto de la existente entre los agentes sociales. Y por último, la enorme masa de trabajadores públicos que entraron en la administración, la mayoría de ellos por el tradicional sistema dedocrático hacia fundaciones y empresas públicas varias, obstaculizando su control y fiscalización, haciendo de las administraciones españolas una de las más caras e ineficientes de Europa, e impidiendo en gran parte el ahorro que se podía haber producido con la implantación de la administración electrónica, ya que España, por tener un medio único de identificación personal para cada ciudadano (el DNI), tenía muchas más facilidades para poder hacerlo. Todos estos ejemplos son fruto de la infantilización del Estado español, que ha conseguido la ruina casi completa del país con la inestimable colaboración de sus habitantes. Ahora bien, ¿qué podemos hacer después del desastre que tenemos delante de nuestras narices? ¿Abandonamos el barco dejando que se termine de hundir? ¿Aceptamos que España y los españoles tenemos el gen del autosabotaje, que hace que periódicamente destrocemos nuestro país hasta niveles intolerables? ¿Nos hacemos suizos, alemanes o finlandeses? La primera medida a adoptar, en mi opinión, es utilizar el sentido común, algo aparentemente tan simple y a la vez tan ausente. No sólo grabarse a fuego que no es bueno gastar más de lo que se ingresa, regla que cualquier persona o familia que tenga que llegar a fin de mes conoce sobradamente, sino que tampoco nuestras administraciones públicas deben gastar todo lo que ingresan, ya que tienen la obligación de encontrar la forma de optimizar los gastos para que no se escape un euro más de los necesarios, dinero público que, aunque antiguamente parecía que no era de nadie, obviamente sale de los contribuyentes. Excelencia La siguiente reflexión sería aprender e interiorizar que la excelencia es la mejor forma de levantar un país. La excelencia como amor por el trabajo y las cosas bien hechas, como responsabilidad y dedicación a las cosas que hacen que nos sintamos orgullosos de ellas. Esta excelencia tiene que empezar por ser predicada y enseñada en casa a nuestros hijos, ejemplificada por los padres y exigida por toda la sociedad. Desterrar el nepotismo, el tráfico de influencias y el amiguismo de las prácticas diarias tanto en la esfera pública como en la privada, llegando a ser de una vez una sociedad basada en la meritocracia, e intentar llegar a ofrecer lo mejor en cada persona, en cada situación y en cada oportunidad que se nos presente en la vida tanto personal como laboral. Tercero, echar la vista atrás y recuperar el viejo pero absolutamente necesario concepto del bien común y de la solidaridad entre las personas. Esta crisis es lo suficientemente grave para que todos nos unamos en la búsqueda de una salida razonable y con el menor perjuicio posible a la misma. Por supuesto, habrá que reformar estructuras productivas y políticas obsoletas que impiden un crecimiento sano y sostenible, pero habrá que hacerlo minimizando el daño y previendo alternativas productivas para las estructuras desaparecidas. Y para eso todos debemos remar hacia el mismo sitio. Da igual que seamos menos o más ricos, de derechas o de izquierdas, trabajadores o empresarios: o nos empezamos a poner de acuerdo, o el barco se irá a pique sin remisión, y la crisis permanecerá con nosotros mucho más tiempo del necesario. Por último, la solución es crecer y madurar. Volver a interiorizar la cultura del esfuerzo y del trabajo, de la eficacia y de la eficiencia, y aprender que los frutos de dicho esfuerzo no siempre se ven a corto plazo, pero que con tesón y laboriosidad es seguro que los disfrutaremos en el largo plazo. En definitiva, dejar de ser niños que esperan que Papá Estado les resuelva los problemas, ya que es obvio que muchas veces no es así, y empezar a hacerlo por nosotros mismos. España es uno de los países más antiguo de Europa, hemos sido grandes durante mucho tiempo, y podemos volver a serlo. Sólo nos hace falta creer en nosotros mismos y decidir si queremos salir del hoyo o, sin embargo, aceptar que no tenemos remedio y ver cómo todo se hunde. Para mí, la decisión es obvia. Sólo entonces España podrá tener un futuro en un tiempo razonable, y volver a ser una nación de la que nos podamos sentir otra vez orgullosos. Artículo elaborado con la colaboración del Colegio de Economistas de Valladolid. Nº 199 DIC?12