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Página 124 del número 199, de diciembre de 2012

124-125 opi eco dic 22/11/12 11:24 Página 1 124 opinión Del Estado del Bienestar al Estado de Infantilidad H asta los primeros años del siglo XXI, teníamos un Estado del Bienestar que estaba razonablemente planteado. Había problemas, por supuesto, pero era un Estado sostenible con algunos ajustes periódicos y que daba unas prestaciones suficientes. A finales del año 2012, sabemos que no tenemos dinero para soportar un Estado absolutamente desproporcionado, y que ahoga cualquier tipo de crecimiento económico, llevándonos inexorablemente a la ruina como país si no tomamos medidas drásticas. En los últimos meses, la economía española sigue sufriendo un empeoramiento en casi todos sus parámetros. Desde la desconfianza de los ciudadanos en la situación económica, la caída del consumo y de la recaudación de la hacienda pública a pesar de la subida de impuestos (o quizás precisamente por eso), la escalada de la prima de riesgo y por tanto la posibilidad de la financiación en el exterior, etc, casi todos los índices nos auguran una recesión prolongada y una salida de la misma larga y dificultosa. INMACULADA DE LA TORRE Economista Ahora bien, ¿cómo hemos llegado a esta situación? ¿Cómo hemos podido dejar que a día de hoy (2012) los intereses de la deuda pública que tenemos contraída nos obliguen a provisionar aproximadamente 40.000 millones de euros para pagarlos, de acuerdo con los Presupuestos Generales del Estado recién presentados? ¿Cómo es posible que el crédito deje de fluir hacia miles de negocios perfectamente viables y competitivos, pero que sin músculo financiero no tienen otra posibilidad que la de languidecer hasta morir? ¿En qué cabeza cabe que millones de pequeños proveedores tengan que perder sus negocios porque las administraciones públicas tarden tres, cuatro y más años en pagar sus servicios, y eso si tienen la suerte de poder cobrarlos? ¿Y qué decir del drama de cientos de miles de familias, atrapadas en créditos hipotecarios a muy largo plazo y enormes cantidades, que ven cómo sus bienes les son embargados y con la seguridad de que van a arrastrar una deuda terrible de por vida que con gran probabilidad no conseguirán devolver? El infantilismo, según el médico alemán Hirschfeld, es un trastorno que consiste en la conservación del modo de ser mental de un niño en un adulto. Una de sus características más relevantes es la de no pensar en las consecuencias de sus actos a medio y largo plazo, y por supuesto no ser responsable de las mismas. La frase favorita de una persona infantil es: ?lo que quiero lo quiero ahora?. Pues bien, en mi opinión eso es lo que le ha pasado a España en estos últimos años, y lo descrito en el párrafo anterior son algunas de las consecuencias que ese tipo de pensamiento ha producido. Quiero dejar claro que los responsables del desaguisado somos todos, algunos por acción y otros por omisión. Aeropuertos y autovías vacías Si observamos los negocios emprendidos por cualquier administración pública, exceptuando algunas honrosas excepciones, veremos que tienen mucho de lo expuesto anteriormente. Así, se han construido aeropuertos que después no utiliza nadie, universidades que no tienen alumnos, autopistas por las que ningún automovilista está dispuesto a pagar por circular y polideportivos de 1.000 plazas en pueblos en los que a lo Nº 199 DIC?12 sumo viven 100 habitantes en el verano. Igualmente, la corriente keynesiana presente en cualquier gobierno consiguió llenar España de los carteles de los famosos planes E, ya que no hubo pueblo ni pedanía que no tuviese el correspondiente proyecto, y a cuya entrada no se dispusiese el cartel con la información necesaria, que en muchos casos costaba más que la propia actuación. El problema radicaba en que se hacía sin sentido, es decir, si bien una inversión pública adecuada puede ejercer un efecto multiplicador produciendo una cantidad mayor que la invertida, no se planeó en absoluto su utilización, y eso sin contar si esa enorme cantidad de dinero no podría haber seguido en los bolsillos de los contribuyentes, que suelen saber mejor en que emplearlo (falacia del cristal roto de Bastiat o los costes de oportunidad). Y cómo calificar la burbuja inmobiliaria, animada por todos los políticos sin excepción, donde un apartamento minúsculo a una hora de cualquier centro urbano llegó a costar lo mismo que un buen piso en las mayores ciudades de Alemania u Holanda. Millones de familias compraron pisos y apartamentos a un 120 por ciento del valor de tasación convenientemente inflado, ya que de paso lo amueblaban, porque como todo el mundo sabía, los pisos nunca bajan de precio. Y qué decir de nuestro sistema bancario, que empezó a prestar enormes cantidades

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