Página 84 del número 185, de octubre de 2011
pg84-86 opi eco 21/9/11 09:48 Página 1 84 opinión Inmaculada de la Torre Diego Economista D esde hace más de una década, un escalofrío de preocupación recorre la educación española. Todos los indicadores revelan que los estudiantes españoles cada vez son menos competitivos en relación con los de los demás países avanzados, e incluso con muchos de los emergentes. Los informes PISA que se realizan ponen de manifiesto la inferioridad de nuestros escolares en habilidades tan importantes como lectura, matemáticas o ciencias, y lo que es más grave, que cada vez menos estudiantes españoles alcanzan el nivel de excelencia en dichas capacidades (el 8% en España frente al 15% de los estudiantes de la UE). No es una cuestión baladí. Una economía moderna no puede ser competitiva si no tiene una fuerza laboral lo suficientemente capacitada como para competir en igualdad de condiciones con el resto de economías del planeta, y desgraciadamente, nuestros colegios e institutos, salvando algunas honrosas excepciones, se han convertido más en granjas de niños y adolescentes donde aparcar a nuestros hijos durante la jornada laboral de Hacia una educación para la excelencia como solución a los desequilibrios de la economía española los sufridos padres, que en centros de transmisión de conocimientos y habilidades necesarias para su desenvolvimiento en el mundo que nos rodea. Y no hablemos de la educación universitaria. No tenemos ninguna universidad dentro de las mejores del mundo. Nuestros egresados salen con una notoria falta de conocimientos y habilidades para el comienzo de su vida laboral, mientras que el nivel de exigencia en dichos estudios cada vez es más bajo, predominando como setas cursos cero en las universidades que intentan suplir las carencias de los nuevos universitarios, que en muchos casos llegan escribiendo con notorias faltas de ortografía. Ante el panorama antes descrito, ¿qué hacer para que la educación española, antiguamente prestigiosa y que servía como ascensor social para que los antiguamente menos afortunados en recursos económicos, pero que con talento y capacidad de trabajo eran capaces de ser personas instruidas, educadas y productivas, ahora mismo se vean envueltas en una especie de marasmo educacional, en la que cualquier título español ya no tiene la misma validez que en el pasado? Empecemos por el princi- pio, es decir, el diseño de la educación española, y confrontémosla con un ejemplo de educación en Europa, como es la educación finlandesa, que copa los primeros puestos en todos los rankings de nivel internacional. Falta de nivel de los estudiantes 1. La falta de nivel y de preparación de los estudiantes españoles de las facultades de educación es notoria. Excepto casos de verdadera vocación pedagógica, las facultades de educación españolas no eligen a los mejores estudiantes, sino que rezan para poder llenar las aulas todos los años. Por el contrario, en Finlandia la nota media necesaria para entrar en una facultad de educación es muy elevada. Sólo se aceptan el diez por ciento de las solicitudes. En mi opinión, sin llegar al extremo del caso finlandés, creo que sería conveniente instaurar un primer curso selectivo en el que se diera la oportunidad a los estudiantes, de demostrar verdaderamente su interés por la carrera que han comenzado. 2. La elección de los educadores para ser profesores. En España, con el consabido méto- Nº 185 OCT?11 do de las interinades, un profesor que no haya aprobado las oposiciones, pero que obtenga plaza de interino, sólo tiene que esperar una serie de años para que, presentándose al examen de oposición correspondiente, y aprobándolo con un cinco, y gracias a la fase de concurso, tenga la plaza por delante de opositores más brillantes académicamente, pero que desgraciadamente no tienen la mágica condición de interino. En Finlandia, los aspirantes a profesores pasan por no menos de tres exámenes escritos y dos orales antes de que se decida que es apto para dar clase. Falta de prestigio del profesor 3. Esto nos lleva a la falta de prestigio del profesor y el maestro en España, ya que sabe que su labor estará dificultada por unos alumnos que no desean emplear el menor esfuerzo en aprender, unos padres que no les ayudarán, y unas instituciones que no sólo no les apoyarán, sino que en la mayoría de los casos los dejarán solos, con lo cual, incluso los buenos docentes acaban completamente desmotivados. En la ecuación finlandesa, los educadores gozan de un altísimo prestigio, aunque no es una profesión muy bien pagada, los padres y los profesores aúnan esfuerzos para que los alumnos se motiven y aprendan. 4. La falta de autonomía y de independencia de las escuelas en España. Las escuelas españolas son todas práctica-