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Cuándo

Página 4 del número 130, de marzo de 2007

pg.3-4 19/2/07 45 16:53 Página 2 editorial los comercios especializados del centro de las ciudades, donde puedes hacer un avituallamiento técnico en forma de caña y pincho para reponer fuerzas y de paso palpar la vitalidad de los cascos históricos. Primer destino, una floristería. Después de elegir unas plantas de interior, nos acercamos a pagar en una tienda donde nuestra única compañía eran los vegetales y la dependienta, de la que empezaba a dudar sobre si pertenecía al reino animal o también al vegetal. En el momento de cerrar la transacción económica, alguien llama por teléfono y empieza a encargar un ramo de flores, pero como no sabe qué quiere, la floristera le empieza a sugerir todo tipo de variedades y, en vez de anotar el teléfono y decir que luego devuelve la llamada porque en ese momento tiene unos clientes a punto de pagar su compra, decide que asistamos a una conferencia magistral sobre el apasionante mundo de las flores. Total, que nos tocó soportar a la charla telefónica y tardamos casi una hora en comprar un par de plantas. Durante ese tiempo, entra la dueña del establecimiento con cara de pocos amigos y sin decirnos ni buenos días desaparece por una puerta lateral. Eso sí, antes nos mira como si en vez de mansuetos consumidores fuéramos a pedir limosna. El Santo Grial Segundo destino, una óptica, de la que sólo acordarme se me reproduce un tic en el párpado del ojo izquierdo. Hacía una semana que mi mujer había comprado unas gafas y nos avisaron de que ya estaban en la tienda, así que decidimos ir a por ellas el famoso sábado, de penitencia añadiría. Se las prueba, están perfectas y cuando nos las van a dar, el dependiente se pone a buscar la dichosa funda. Le decimos que nos da igual la funda, que nos conformamos con otra, pero él, muy digno, dice que no, que esa montura de una famosa diseñadora tienen que ir con su correspondiente envoltorio, faltaba más. Así que se vuelve a sumergir en el almacén, de donde no sale hasta pasada media hora larga. Suspiramos, pues pensábamos que la búsqueda iba a durar más que la de Indiana Jones con el Santo Grial. Contentos por el hallazgo, le pedimos una factura. Craso error. El hombre empieza a pelearse con el teclado del ordenador, nos manda repetir los datos varias veces porque no se guardan en el PC y al final no da con el programa para hacer la factura. Asistimos, atónitos, a una versión actualizada de Tiempos Modernos, pero aquí la lucha del hombre no es contra las máquinas, sino contra la informática. Menos mal que una dependienta más joven ve los infructuosos intentos de su veterano compañero y se ofrece a echarle una mano; pero él dice que le indique la tecla que hay que pulsar, indignado por esta invasión en sus competencias. Pero ni por ésas, así que imploramos a la dependienta que tramite ella la factura, en una operación en la que sólo tarda cinco segundos. Ya hemos pasado más de una hora en la óptica. Tercer destino. Una zapatería. Esta vez, lo confieso, el consumidor era yo. La atención y la profesionalidad de las dependientas fue extraordinaria, pero mi error fue pronunciar la frase maldita: Me puedes hacer una factura. - No, ahora no funciona el ordenador - contesta una amable señorita. - Pues como le acabo de facilitar los datos, envíemela por correo - apunto satisfecho por ofrecer una alternativa viable. - No, si quiere, a partir del lunes se pasa a por ella - responde. - Ya, pero es que yo vivo lejos de aquí - digo ya un poco mosqueado. - Bueno, ése es su problema. Además, todo el mundo pasa por el centro alguna vez -. Y con esa frase, la dependienta da por cerrada la discusión. Punto y final. Me consolé reflexionando que si en todos los negocios el cliente es el rey, tal vez hoy he tenido mala suerte y sólo he comprado en establecimientos con un sentido republicano sobre el servicio al consumidor. Orgullosos por haber permanecido inmunes al desánimo y con las compras realizadas, nos dirigimos al parking para dejar los artículos en el coche y allí me encuentro a José Rolando Álvarez con su esposa. - Hoy me he acordado mucho de la comida del miércoles - le espeto. - Y yo también - me contesta José Rolando Álvarez, levantando ligeramente las cejas y los hombros en señal de que compartía mi duelo. En ese momento, aprecié que él también llevaba varias bolsas con sus compras. No quiero ni pensar la odisea del presidente de la institución cameral. La muletilla es obligada: las generalizaciones son injustas y el comercio local cuenta con excelentes profesionales. También es cierto que es un sector sometido a mucha presión por los procesos de concentración, la implantación de franquicias, la llegada de las grandes superficies o las comisiones de las entidades financieras con las tarjetas; pero para sobrevivir a esta coyuntura se necesita mucho más que normativas proteccionistas. De que esos negocios superen sus desafíos depende no sólo su supervivencia, sino también la vitalidad de los cascos históricos, el mantenimiento de miles de empleos y el dinamismo de una actividad crucial para nuestra economía. No se trata de que nuestros tenderos persigan con servilismo a los compradores como los comerciantes del Gran Bazar de Estambul, pero sí deben encontrar un punto intermedio para que más de uno no piense en el Tren de Alta Velocidad como una alternativa a sus compras. Nº 130 Marzo 2007

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