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Página 6 del número 220, de septiembre de 2014

opi lucas.qxp_maqueta consis 21/07/14 11:51 Página 1 6 opinión El dilema de los ahorradores N o son buenos momentos para los ahorradores y para fomentar el ahorro privado necesario para sentar las bases del crecimiento de la inversión. No es extraño que por primera vez hayamos asistido a la aparición de tasas negativas de ahorro, consecuencia evidente de que las decisiones de consumo e inversión se están financiando con cargo al ahorro acumulado desde el inicio de la crisis, período en el que los agentes económicos redujeron su nivel de gasto y aplicaron una estrategia prudente de acumulación de ahorro que sirviera de reserva en la crisis. Un ahorro por motivo de precaución que describen los manuales de teoría económica. Los altos tipos de interés suponían, además, un incentivo para constituir el ahorro, porque proporcionaban una retribución complementaria que compensaba la congelación, incluso reducción, salarial sufrida por muchas familias. La contrapartida evidente era la caída continuada de la demanda interna, que explica buena parte de la contracción del PIB durante varios años. Estábamos, pues, ante una combinación perfecta para impulsar el ahorro: altos tipos de interés en un entorno de incertidumbre que congela las decisiones de gasto de las economías familiares. No estoy muy seguro de que las dudas de las familias se hayan disipado y tengan actualmente una percepción más optimista de la situación económica que les lleve a modificar sus planes de ahorro e inversión. Lo que sí tengo claro es que en la medida en que los tipos de interés se han LUCAS HERNÁNDEZ Economista ido relajando, los hábitos adquiridos durante la crisis han sufrido una cierta modificación. Y me temo que no en la dirección adecuada. Me explico. Euforia de los mercados La característica fundamental del ahorro constituido en la fase más aguda de la crisis ha sido la prudencia y la aversión al riesgo; y era una decisión racional. La delicada situación de los mercados expulsaba a los ahorradores conservadores que encontraban un refugio perfecto en los productos bancarios tradicionales que ofrecían rentabilidades muy atractivas. La bajada de los tipos tuvo un efecto inmediato en el mercado de deuda pública y renta fija privada que experimentó una revalorización espectacular de la cotización de esos activos financieros. Y al mismo tiempo trasladó sus efectos sobre el mercado bursátil que vive una racha alcista que parece imparable. Explicar las causas de la euforia de los mercados es un ejercicio estéril. La única razón convincente de que los mercados suban es porque hay más dinero que papel. Y a lo mejor en esa explicación simplista encontramos uno de los elementos más importantes para intentar entender el actual comportamiento de los mercados: hay dinero, es decir, abunda la liquidez y ante unos tipos en descenso se buscan alternativas más rentables; se compran títulos de renta fija, suben las cotizaciones, bajan aún más los tipos y como resultado se obtienen unas plusvalías atractivas. Como la Bolsa se contagia de la euforia, el inversor asigna una parte de sus recursos a la compra de acciones que impulsa al alza las cotizaciones y asimismo obtiene una revalorización del ahorro inicial. Un círculo virtuoso perfecto, aparentemente. El problema reside en que en esta euforia se nos puede olvidar algo tan básico como que la rentabilidad está ineludiblemente asociada al riesgo, y conciliar ambas variables es uno de los retos a los que se tienen que enfrentar los ahorradores antes de tomar sus decisiones financieras. Y me temo que en estos momentos estamos en una fase de asunción de riesgos indebidos, algo habitual en momentos de alegría de los mercados que suele desembocar en la euforia y de ahí inexorablemente a la burbuja. Si los mercados suben fundamentalmente porque el sistema tiene abundancia de liquidez, los mercados están sobrevalorados y los riesgos de caída son importantes. Hablo de riesgos de caída, no formulo previsiones, pero el ahorrador tradicional debe ser consciente de que en los momentos actuales la probabilidad de obtener un rendimiento razonable es muy limitada, y en cambio el riesgo de cosechar pérdidas del capital invertido son muy superiores. Éste es el razonamiento que se debe hacer todo ahorrador ante las ofertas que reciba para sustituir sus depósitos actuales con rentabilidades ridículas por otros productos. Y son estos productos alternativos a los depósitos, especialmente los fondos de inversión, los que encubren los riesgos reales de los mercados. Nº 220 SEP?14 Son los fondos los que en buena medida instrumentan la política de compras en los mercados bursátiles y de deuda pública e impulsan al alza las cotizaciones de los valores, con el dinero captado de los ahorradores que obtienen su rentabilidad a través de las plusvalías conseguidas por los gestores de los fondos. Riesgos de caída El juego ha funcionado mientras los mercados han sido alcistas, pero actualmente los riesgos se han multiplicado. Es muy tentador entrar en productos que en los últimos meses han logrado rentabilidades atractivas, fruto de la evolución muy favorable de los mercados, pero el comportamiento futuro de los fondos es pura incógnita y desvinculado por completo de la rentabilidad pasada. Y como he dicho con anterioridad, los riesgos de caída son muy elevados y por tanto existen riesgos fundados de pérdidas en el capital invertido. La alternativa de los depósitos bancarios con rentabilidades mínimas en estos momentos no es muy atractiva; pero el dilema es claro: o garantizamos nuestro capital ahorrado aunque nos ofrezcan una rentabilidad limitada o arriesgamos parte de nuestro ahorro confiando en que no sólo no vamos a perder capital, sino que además vamos a obtener un beneficio que compense los riesgos asumidos. La decisión es individual de cada ahorrador y no valen recomendaciones externas. El único consejo válido es que la decisión debe ser fruto de una reflexión que contemple en primer lugar si estamos dispuestos a soportar posibles pérdidas, o es más prudente renunciar a futuribles inciertos en forma de rentabilidades pasadas que al día de hoy nadie puede asegurar. Y en momentos de incertidumbre, la prudencia es la mejor consejera.

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