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Página 128 del número 167, de abril de 2010

opi eco 12/3/10 130 131 14:35 Página 1 opinión Reflexiones apócrifas Javier Méndez-Lirón Economista hora que estamos al final de la crisis, a decir de algunos, es un buen momento para hacer una reflexión sobre lo acontecido. Lidiar con una crisis, y más si es como la que estamos atravesando, no es tarea fácil. En una coyuntura así es necesario hacer un análisis sereno de cómo se ha llegado a esta situación y hacer los ajustes precisos para paliar sus efectos y evitar que se vuelvan a repetir errores pasados. Durante estos últimos años, podemos decir que hemos atravesado un período que será recordado como uno de los más nefastos de la economía española, y no sólo por haber asistido a un derrumbe de la misma, sino por no haber hecho nada para evitarlo. Cuando todo esto empezó se oyeron voces que decían que no se podía prever lo que estaba ocurriendo, aunque más bien fue la falta de análisis la que no permitió advertir lo que nos venía encima; pero, aun así, me permití albergar una luz de esperanza al pensar que, al estar inmersos en uno de los mayores desafíos de este siglo, las mentes más brillantes no sólo de España, sino del resto del mundo idearían la forma de alcanzar un futuro más prometedor. Me equivoqué. En primer lugar, el tiempo y los recursos se han empleado, no para determinar quiénes han sido los culpables de la crisis -y no porque no se puedan determinar, sino que al no poder señalar a uno en concreto por ser numerosos no era políticamente correcto -, sino para intentar eludir esas responsabilidades. Era mejor acudir a la clásica cabeza de turco ¡Cuántos problemas ha solucionado en el pasado! ¡Ha sido América! Dijeron todos con estruendosa voz. De esta manera ya no debíamos sentirnos culpables, sino que podíamos presentarnos como víctimas de las tristemente famosas hipotecas subprime, ya no era necesario pagar el rédito por nuestras actuaciones pasadas, una implícita ley del punto final entró en vigor y podíamos encomendar a quienes nos metieron en la crisis la tarea de sacarnos. En segundo lugar para dar credibilidad a algunas de las actuaciones era necesaria otra vuelta de tuerca, había que explicar lo inexplicable e irremisiblemente comenzó una caza de brujas, la hora de desprestigiar teorías económicas, de realizar un asalto a la capacidad de los economistas para predecir y analizar la realidad A económica, de desviar la atención hacia otros aspectos etc., etc. ¡Qué bien se lo hubiera pasado McArthur! Más tarde tuvimos que asistir al gran debate político, que todavía hoy continua, para intentar no perder la estela de los países desarrollados y que bajo el título ?yo lo hice mejor, tú lo haces peor? y viceversa, ha conseguido consumir el tiempo que se debió utilizar para dar soluciones, eso sí, sin ningún resultado positivo para nuestra economía como no podía ser de otra manera. Sin lugar a dudas hemos asistido a una clase magistral de retórica. ¡Qué tiemblen los antiguos griegos!, los actuales desgraciadamente tienen bastante con lo suyo. Todavía hoy hay quienes desde la altura de sus posiciones pretenden dar soluciones políticas a problemas económicos, lo que por utilizar un símil es como intentar comer garbanzos sorbiendo por una pajita. (En este punto el lector puede utilizar el que más le convenga, a mí no se me ha ocurrido otro más ridículo). Acciones efectistas Hemos podido comprobar cómo desde la política se han querido desarrollar e incluso se han implantado acciones de tipo efectista, cuya repercusión para el sistema en el mejor de los casos era inocua y en el peor hacían verdad el dicho de ?es peor el remedio que la enfermedad?. Pero, en definitiva, salvado el problema de la responsabilidad, lo que cobraba capital importancia era mantener el porcentaje de voto costara lo que costara. No importaron en el pasado y mucho menos ahora las recomendaciones del Banco de España, las directrices de Bruselas, los informes de los organismos especializados y tampoco los problemas de los ciudadanos, lo importante es el voto. Hay que hacer política de voto. Y al no contar con una Rumasa o un Banesto para desviar la atención se ha pretendido hacer lo mismo con las primas de los ejecutivos y los sueldos de los controladores aéreos-, se debía continuar con el pan y fútbol de épocas pretéritas, aunque en este caso y para muchos sin pan, eso sí enarbolando la bandera que conduce a la descalificación del contrario, una forma, por otra parte, muy española de alcanzar el triunfo. Cuánto bien nos haría que entre los políticos hubiera algún estadista. Una cosa sí que se ha conseguido durante los últimos años, aunque no sé si ese era el objetivo, es la desaparición de los sindicatos. Creo que a estas alturas no habrá muchos trabajadores que piensen que están siendo defendidos por estas cuasi instituciones. En el período anterior a la crisis han permitido que los salarios de los trabajadores alcancen mínimos, que se institucionalice la precariedad laboral, que se contratara a personas sin papeles cuando había trabajadores demandando empleo en las mismas categorías, que se abusara de los contratos de prácticas en empresas, y mirando para otro lado cuando las contrataciones se realizaban en base a la aportación que los trabajadores hacían de subvenciones y no en función de la valía de los candidatos -aunque de esto tengan la culpa los mismos empresarios que reivindican la necesidad de contar con los mejores profesionales cuando contratan lo más barato Nº 167 Abril 2010

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